SOBRE EL CONOCIMIENTO DEL COMUNISMO POR PARTE DE LA CLASE OBRERA DE NUESTRO PAÍS.

Enrique Velasco

Toma de conciencia de su situación por parte del trabajador.-

La visión de estos trabajadores sobre la realidad que viven tiene como foco principal su trabajo y las condiciones en que lo prestan, dado que de él obtienen los medios de vida para ellos y para sus familias. Esta realidad, hemos visto, tiene como rasgo más esencial lo que hemos llamado la ajenidad. Tanto el producto, como las condiciones del trabajo, y su propia organización, le son ajenos. Son, por tanto, las condiciones de su propia vida las que no le pertenecen, las que no controlan.

Los trabajadores de finales del siglo XIX y, primeras decenas del XX que comienzan a tomar conciencia, a darse cuenta, de su situación lamentable, guardan además en su memoria la condición de siervos de sus bisabuelos y la de esclavos de sus tatarabuelos; por lo tanto, no se hacen muchas ilusiones.

Esta visión se agrava por el hecho de que, en esas fechas, y al mismo tiempo que se dan grandes avances en la industria y en los descubrimientos científicos, es cuando mayor es su miseria. La parte de la sociedad dueña de las tierras, de las fábricas, de los bancos, y que así mismo acapara el mando de todo los órganos del Estado, luce las galas de sus fiestas, de su cultura, de su sabiduría, en una palabra del absoluto dominio y protagonismo en la sociedad.

Esta sociedad, profundamente dividida en la forma que vemos, es la que sirve de espejo a los primeros grupos de trabajadores que se reúnen para juntos intentar defender sus intereses más elementales: no pasar hambre, no vivir amontonados en chabolas, poder trabajar.

Los impulsos más violentos dirigidos a destruir las bases de esa sociedad no pueden, por lo tanto, sorprender a quien, desde la altura de la Europa del siglo XXI, quiera entender el nacimiento y evolución del movimiento obrero. La meta de construir una “nueva sociedad”, tan frecuente en los programas de anarquistas, socialistas y comunistas, arranca de la desoladora e insoportable situación de la clase obrera en una sociedad que, por otra parte, presumía de progreso, libertad, fraternidad, justicia, cultura.

Las primeras ideas, las primeras representaciones, las primeras reflexiones de las que nacen los ideales, las metas a conseguir por parte de los trabajadores agrupados, asociados, tienen como punto de origen real que las explica, la realidad que viven ellos mismos.

Los trabajadores parten, en los inicios de la creación de sus asociaciones, del único lazo que los une entre sí: las mismas condiciones de trabajo y de vida. Como éstas son tan miserables, el primer impulso es mejorarlas. Sus acciones colectivas tendrán como meta concreta una mejora en las condiciones de trabajo. Los primeros movimientos colectivos (paros, huelgas) tienen esta finalidad, y cuando la consiguen, arrastran a nuevos trabajadores en acciones futuras. Así se van creando asociaciones estables, que no solamente se forman para gestionar una huelga, sino que sirven de soporte para cualquier acción que se plantee, se considere conveniente, y se lleve a cabo. Son la semilla de los sindicatos.

Al mismo tiempo, y muchas veces en el seno de los propios sindicatos, algunos grupos de trabajadores, se proponen considerar no solo las condiciones de trabajo sino también las condiciones generales de vida de los trabajadores. Con sus tremendas limitaciones de tiempo (dadas las larguísimas jornadas de trabajo), de medios materiales  (lugar donde reunirse, muebles, material para escribir e imprimir, libros, etc.), de conocimiento (las inmensa mayoría de los trabajadores no sabía leer ni escribir); estas asociaciones, muy modestas al principio, llegan a convertirse en auténticos focos de cultura (ateneos obreros, centros excursionistas, centros naturistas, alfabetización de adultos, teatros populares, estudios del esperanto para comunicarse con trabajadores de todo el mundo, etc.).

Otras asociaciones, con un campo más amplio, se orientan especialmente en la preparación y entrenamiento para la participación de los trabajadores en la dirección de los órganos del Estado (Ayuntamientos, Diputaciones y el propio Gobierno del país). Son los partidos políticos de los trabajadores.

Para la creación de cualquiera de las asociaciones que hemos considerado, se ha de contar con una visión especial de la realidad. Es decir, si se crea una asociación (que no sea copia o modificación de otra existente) que pretenda modificar la sociedad en la que se desenvuelve, es porque el trabajador tiene una visión, una imagen, una representación en la mente, de esa sociedad, y al mismo tiempo, una idea, una imagen también de la sociedad en la forma que quedará una vez transformada, modificada.

La pregunta a considerar es la siguiente: ¿de dónde proceden, de dónde han salido estas imágenes? ¿se las inventan los obreros?

En realidad, se trata de dos cuestiones:

 

Identificación del “enemigo”: el amo.-

En el otro extremo de la sociedad, en la acera de enfrente, se encuentra el que hemos llamado el “enemigo”, el amo de todas las condiciones materiales del trabajo  -medios de trabajo- , de las condiciones no materiales del mismo –la organización y el mando-, y del producto; así como también el poseedor de toda la destreza, la sabiduría y la experiencia para manejar todos los organismos del Estado.

¿Por qué el “enemigo”? Porque en la forma que organiza el trabajo el protagonista es él, y no el trabajador; y como consecuencia, y a causa de ello, organiza (a través del Estado) a la sociedad en su conjunto, de tal forma que el protagonista de ella es él y no el trabajador.

No resulta extraño que en estas condiciones el trabajador lo considere el “enemigo”, y lo vea como tal.

Pero, cómo se ve el “enemigo” a sí mismo.

El amo, a lo largo de la historia, ha necesitado montar una especie de representación teatral para poder contemplarse a sí mismo. Se inventa un guión, una historia, unos personajes, unas pantallas... El amo no quiere verse ni ser visto en la vida real, sino en el escenario que él montó, en el personaje que él inventó, representando el papel que él escribió, con los ropajes y los atributos que él se colgó...

En tiempos pasados el viejo y el nuevo testamento (la Biblia) así como los relatos de los grandes literatos suministraban suficiente material para vestir al amo de los ropajes más brillantes y de los papeles más respetables que éste pudiese desear. El era el héroe, el santo, el protector, el sabio. Con este formidable depósito de ideas, de representaciones mentales, de ideales, el amo podrá cómodamente verse a sí mismo metido en la realidad diaria, pero una vez transformada ésta mentalmente en el escenario inventado.

De que todo esto funcionara correctamente se ocupaba una inmensa estela de especialistas, bien pagados (Iglesia, poetas, literatos – la llamada “intelligentzia”-). Los trabajadores, en este imaginario, no eran ni la comparsa; no salían en el escenario, estaban trabajando en el campo.

La revolución industrial irrumpe en esta imagen que de sí mismo tienen los amos, obligándolos a cambiar el guión, los personajes, los actores y buena parte de luces y perifollos.

En esta nueva operación, no se olvida lo dicho anteriormente. Ni se olvida ni se elimina. Simplemente se pasa al primer plano la nueva trama, pero la vieja sigue viéndose detrás. Los viejos héroes, los santos, los protectores siguen siendo la referencia de los nuevos. Ahora la trama es la producción, el intercambio, el consumo (es decir, la Economía). Una trama, una representación de la realidad dónde no obstante ser el tema central la producción –el trabajo-, el protagonista sigue siendo el amo (Empresas estatales, Bancos, Grandes superficies, Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial). El trabajador aparece por fin en el escenario, pero como comparsa, al fondo de la escena.

Los nuevos dioses son la productividad, la competitividad, el crecimiento económico, la creación de empleo. Los héroes son los empresarios. Los viejos dioses, sin embargo, reaparecen en cualquier recodo del camino –el Dios (musulmán, judío o cristiano) y la Patria-.

Por contraste a tanta brillantez, en el otro lado de la acera, los amos no ven sino ignorancia, incompetencia, atraso. Frente a Dios y Patria, desorden, maldad y caos.

El mundo actual lo imagina el amo en un escenario como éste. Es el montaje producto de su visión de las cosas, y en una circunstancia así se precisa la utilización conjunta de todos los dioses, antiguos y modernos.

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